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Civilización del

Amor

Es una propuesta profundamente cristiana que impulsa la transformación de la sociedad desde los valores del Evangelio, colocando el amor como principio vital que anima la vida personal, comunitaria y estructural. Esta visión, promovida inicialmente por el papa Pablo VI y desarrollada con fuerza por san Juan Pablo II, inspira a los jóvenes a ser protagonistas de un mundo más justo, fraterno y esperanzador. El CELAM, en su acompañamiento a la pastoral juvenil, retoma esta propuesta como horizonte pastoral para América Latina y el Caribe, reconociendo en ella una fuente de renovación espiritual y social.

 

Esta civilización se construye desde el encuentro con Cristo, que transforma el corazón y despierta el compromiso con la dignidad humana, la justicia social y la paz. El amor, entendido como fuerza activa y transformadora, genera vínculos nuevos, inspira gestos concretos de servicio y abre caminos de reconciliación entre culturas, generaciones y comunidades. Es una civilización que florece en la alegría compartida, en la solidaridad cotidiana y en la esperanza que se hace acción.

 

Para que esta visión se encarne en la realidad juvenil, es esencial que cada pastoral juvenil coordine acciones de discipulado que fortalezcan la evangelización de los jóvenes en todas las agrupaciones del sector parroquial. Esta articulación permite consolidar procesos formativos integrales, fomentar la comunión entre los diversos grupos y asegurar que cada joven reciba un acompañamiento cercano, coherente y transformador. Al establecer itinerarios comunes, espacios de encuentro y una espiritualidad viva, la pastoral juvenil se convierte en semilla fecunda de esta civilización, formando discípulos misioneros que irradian el amor de Cristo en sus ambientes.

 

La civilización del amor se proyecta como una cultura del cuidado, de la inclusión y de la ternura, donde cada joven es valorado, escuchado y llamado a construir con creatividad y valentía un mundo más humano. Es una invitación a vivir la fe con alegría, a comprometerse con la transformación del entorno y a ser testigos de un Reino que se hace presente en cada gesto de amor auténtico. Desde esta perspectiva, la pastoral juvenil se convierte en un espacio privilegiado para sembrar esperanza, fortalecer la identidad cristiana y promover una vida plena, luminosa y profundamente comprometida con el bien común.

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